Este
jardín es bastante grande, hay un montón de bancos, me sentaré en ese de allí,
me gusta el color que tiene y además ¿hay alguien?
Muy
despacio me voy acercando, estoy a menos
de dos metros, pero…. ¿que escuchan mis oídos?,
¿parece que está llorando?, es una chica, no sé qué hacer, sigo
caminando, me siento, que alguien le
diga algo, pero es que tampoco quiero molestarla, por Dios Nafel, no va a comerte
- las voces resonaban en mi cabeza.
- Hola, buenas tardes, ¿puedo sentarme?- nadie
me contesta. ¿Qué hago, le sigo
hablando?
No quiero ser
impertinente, pero ¿porque estás llorando?
La
señora levanta la cabeza, me mira fijamente de arriba abajo y sigue en silencio
Silencio
ella silencio yo, los dos la misma
actividad, parece que estemos jugando a un juego, hacernos los mudos, pero ¿yo
mucho más guapo?
Claro,
ella es la que está llorando, además lleva el pelo todo despeinado, y su cara
está llena de manchas negras mezcladas con un extraño color azul, me ha
recordado a una de esas brujas que salen en los cuentos.
Me
falta poco y no podré aguantar más, me está entrando la risa, no sé por qué,
pero este silencio me hace mucha gracia,
¿debería hablarle de nuevo? Voy a intentar hacerla reír.
- Hola, soy Nafel, el que comparte amor y cura
el corazón ¿Por qué estás llorando?
Esta
vez creo que acerté la chica parecía que estaba sonriendo.
Te puedes ir
desvistiendo, no te preocupes, que enseguida terminamos.
Le
hice caso. Como un niño bueno, me
desvestí y me quedé esperando sentado en la cama. Sin querer me quedé embobado mirando a la
doctora de arriba a abajo.
Pero,
¿porque estoy tan preocupado?, si tengo ante mis ojos un hada vestida de
blanco, no tiene una varita mágica, pero me cuida y me ha salvado la vida, o
eso creo…
Creo
que hasta podría enamorarme de ella, es preciosa, el blanco le sienta de
maravilla, con ese pelo negro azabache.
Si consiguiera conquistarle el corazón, podría ser su paciente
favorito, cada noche me curaría mis
heridas con suaves y tiernos besos y mi maltrecho corazón con una sobredosis de
amor, un cuento con final feliz.
- ¿Nafel, Nafel? Pero si te has quedado
dormido, ya hemos acabado. Mañana
tendremos el resultado de las pruebas, voy a llevar las muestras al
laboratorio, ya puedes irte a tu habitación.
- Muchísimas gracias, eres muy amable, estoy en
deuda contigo, te estoy muy agradecido por todos tus cuidados.
Todo
era bonito, vivían una verdadera historia de amor, y en alguna de las muchas y
largas noches de pasión, en la barriga de Vanesa se estaba formando una nueva
vida. Los dos eran muy felices, era más pronto de lo que se hubieran imaginado,
hacían cálculos y se dieron cuenta de que él bebe iba a nacer a los pocos meses de acabar la carrera. Todo iba de maravilla, los días pasaban muy
deprisa, a Vanesa cada vez se le notaba más el embarazo, intentaba esconderse
con ropas lo más anchas posible para que no se le notara nada. Nadie se dio cuenta de nada, el invierno vino
en su ayuda, todo era perfecto. Hasta
que un día, haciendo unos experimentos en el laboratorio, por un pequeño
despiste, se le cayó un frasco y su cara se manchó con una substancia muy
tóxica, rápidamente se limpió la cara, pero la toxina hizo su trabajo y le dejó
la cara marcada de por vida.
Jamás
hubiera podido imaginar la reacción que se encontró al llegar a casa, le estuvo
explicando a su novio lo que había sucedido y que podría quedar marcada para
siempre. Él tuvo una reacción totalmente
inesperada, la insultó, la trató como si fuera un despojo y sin decir nada más,
cogió sus cosas, dio un portazo y se largó para siempre, abandonando a Vanesa con
el fruto de su amor y dejando todo atrás como si nunca hubiera existido en su
vida.
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