Entre
la lujuria y la pasión que habíamos ido acumulando después de tanto tiempo
acabamos en una habitación de un hotel viejo y cutre, pero la necesidad hizo que todo nos diera
igual. Nos desvestimos rápidamente, como
si el recepcionista nos hubiera dicho, tenéis solo cinco minutos.
Al
verla desnuda mis ojos quedaron atrapados, era preciosa, su cuerpo era un pastel
y yo estaba a punto de comerlo. Desde la cama me lanzó una mirada llena de
deseo, parece que me estaba diciendo “Aquí te espero”.
No
tardé ni un segundo en acercarme, empecé a tocarla, acariciarla, y besarla por
todo el cuerpo. Su piel era tan suave, que me deslice y acabé perdido entre sus
largas piernas, donde encontré una pequeña cueva. Mi lengua esta vez no se pudo
resistir y atrevida como nunca, se dejó caer en la profundidad. Con suaves
lametazos iba acariciando el clítoris, tanto que note como crecía con cada
movimiento.
Durante
un tiempo estuve explorando el cuerpo de Leyla y en cuando decidí que había
besado y acariciado cada uno de los rincones, la empecé a penetrar hasta que
sus gritos de pasión se convirtieron en silencio.
Aquella
tarde fue la más maravillosa de mi vida.
Quedaré
eternamente agradecido a cupido, por la puntería de sus flechas. No me había
esperado que el amor llegara tan temprano a la puerta de mi corazón.
¡¡Pequeñitos,
pequeñitos!!!! Bien ricos calentitos, y mira como está el bocata de panceta,
tan crujiente que se te deshace en la boca.
Pues
sí, esa es la canción, el día a día de mi pequeño negocio, voy de acá para allá
con mi carrito, a todos los rincones de cualquier mercadillo que haya por la
zona, y por supuesto, en las grandes
fiestas de los pueblos.
Me
encanta mi trabajo, mi jornada pasa volando, estoy tan entretenido, que no noto
como se pasan las horas.
El
viento cálido es mi aliado, reparte por todo el mercadillo, los aromas de mis
pequeñas delicatesen, hasta que el olor se hace irresistible. Es imposible no encontrar un rinconcito en el
que se incrusten los olores.
Llevo
un par de años con este negocio, al poco de empezar la crisis en España, desde
entonces, vendo estas pequeñas delicias llegadas desde mi tierra natal.
Si,
si, de mi tierra. Soy de Moldova una maravillosa provincia de Rumanía, ahí
tenemos la costumbre de disfrutar al
final de un largo día de trabajo, o cualquier fin de semana, saliendo a tomar
un par de cañas, en la bien rica compañía de los pequeñitos (carne picada en
forma de salchicha con especias).
En
la primera parada bajamos los dos, y como es lógico lo invité a tomar algo. Lo
que él hizo por mí, no tenía precio, por lo menos en cuanto lo veo, hay que
agradecérselo de una manera u otra.
Recuerdo
como si fuera ayer, aquel día, apenas llevaba una semana aquí y tuve la suerte
de trabajar tres días. De lo poco que cobré quise enviar a mi familia algo de
dinero. Y me enteré que había un locutorio donde cobraban menos comisión al
hacer los envíos, así que en cuanto estuve allí, le dije que me enviara el poco del que yo
disponía.
Apoyado
justo en la entrada había un desconocido, empezó a reírse del poco dinero que
había enviado, y me dijo, hombre pero porque envías tan poco, tiene que ser más.
Yo le contesté que llevaba poco tiempo aquí y ni tenía trabajo, lo que envío es
más que suficiente. Cuando lo escuchó, Cristian se me acercó y me dijo, te
prometo que intentaré ayudarte, déjame que haga unas llamadas mientras tú
acabas de hacer el envío. En cuando salí del locutorio, él me estaba esperando
ahí, me confirmó que había hablado con alguien y que necesitaba que le diera mi
número de teléfono. Por suerte tenía apuntado el teléfono de mi compañero de
piso, era un chico búlgaro, así que se lo di. Luego me despedí de él,
agradeciéndole su voluntad de ayudarme.
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